La soledad rompió en un lúgubre llanto, desenvainando así una pluma a modo de espada, un folio como escudo y tinta a modo de lágrimas de sangre derramadas por sufrimiento.
Las palabras, dagas imantadas a la sangre hirviente corrupta por el odio y la rabia.
Rajó asi pues su tristeza para dar paso a la ferocidad de una bestia, que golpeaba con yunque y martillo su alma para hacer esquiva su frustración.
Mas la forja sólo creó mas resentimiento dentro de un cuerpo que no sostenía el palpitar de un negro corazón.
Sumido por la desesperación y sumiso a la realidad, entregóse en cuerpo y alma a la temida parca.
Así, tendióse su cuerpo en el barro amortajado, y sin dar mas señal de pálpito desapareció, fundiendose con el vacio infinito que se precipitó sobre un alma en busca de eterno reposo.
Fdo: Enrique Selva Díaz
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